A la mañana siguiente me pasé gran parte del día escribiendo. A pesar de todo es algo que amo hacer, y ahora es como si empezara desde el principio. ¡Vamos, qué prácticamente es así!
En cambio, Bruce se ha pasado todo el santo día de un lado para otro, haciendo llamadas y yendo a comprar cosas. Hoy se ha parecido mucho a Kevin, quizás demasiado.
Y Kevin…Kevin ha estado conmigo, acompañándome en este viaje.
Es algo que le gusta mucho hacer. Mientras escribo, aunque sea a ordenador o a mano (casi siempre a mano, es algo que me resulta más natural que a ordenador) mira por encima de hombro, o incluso hace alguna sugerencia, cosa que me encanta, pues Kevin siempre hace sugerencias que son acertadas, y si no lo son las discutimos, cosa que es agradable.
Y esto se debe a que él lleva en su alma muchos recuerdos de aquella época, son sus recuerdos, cosas que él vivió hace ya demasiados años.
También es porque nos compenetramos bastante bien. Él me entiende en esto, y yo me alegro por ello. Es más, podría decirse que es como un hilo que voy trazando poco a poco, con el paso del tiempo y con la ayuda de Kevin y de Bruce. No sé por qué, pero tengo el presentimiento de que siempre será así, para lo que nos quede de eternidad, si es que se la puede llamar así.
La eternidad es algo muy extraño. Pero algo que todavía nadie ha logrado superar. Nadie ha vivido eternamente todavía, pues la eternidad no tiene final. Si alguien logra llegar al final de la eternidad, entonces es cuando estaremos seguros de haber superado la eternidad. De todos modos eso es para nosotros un concepto ajeno, al menos por ahora.
Kevin y yo lo hemos discutido a veces, mientras Bruce iba y venía en sus extraños viajes, de los que no nos dice nada. Al menos no por ahora, pues él asegura que no va a ser tan rácano como su hermano, que luego nos lo contará todito todo.
¡Más le vale, o si no juro que le obligaré!
Yo pienso de la eternidad lo que acabo de decir. Kevin, en cambio, no cree demasiado en la eternidad, pero le importa muy poco. Disfruta de su vida de vampiro, tratando de no pensar en la parte oscura de su pasado. Bruce en cambio cree totalmente en ella, desea llegar a su final, o a su no final, pues se supone que si es eternidad, entonces no tiene final, ¡sino es que no sería eternidad! En parte tiene razón, la verdad.
Madame Giselle tiene una opinión más cercana a la mía en cuanto a la eternidad. A los demás no les he preguntado todavía. Prácticamente es que no ha habido tiempo, pero a la mañana siguiente decidí que se lo preguntaría.
Kevin, a pesar de que estuvo casi toda la mañana ayudándome, también se dedicó a hacer otras cosas. Trabajó un poco en su invento y estuvo leyendo una novela de filosofía, de Epicuro. Yo aún no he leído nada de Epicuro, por lo que su filosofía, aunque la entiendo cuando Kevin me habla de ella, me resulta ajena. Extraña. Tengo el presentimiento de que tiraré más por Pitágoras o Aristóteles, quizás por Schopenhauer.
Sólo paré de escribir para leer un poco, charlar con Kevin, alertar a Bruce o tomar alguna que otra copa de sangre. ¡Cuánto me cuesta acostumbrarme a la sed! A cada poco siento como ese fuego me quema la garganta.
Y es odioso, pero extrañamente justo. Soy una asesina que siente el fuego en su garganta, con la sangre humana como única promesa para saciar semejante sed.
¡Vaya, no debería haber escrito de nuevo la palabra sangre! Despierta en mi interior muchísimas cosas.
Así que iré a lo que iba. Al anochecer fui a casa de Madame Giselle junto a los chicos. Anette y Jacqueline me arrastraron al piso de arriba para enseñarme algo.
Y para hacerme algunos arreglos en el pelo.
-Hay que hacer algo con ese pelo. Es bonito, por supuesto, pero pareces la Bella Durmiente recién salida de su tumba.-dijo Jacqueline, cogiendo uno de mis bucles rubios y toqueteándolo.
Me miré al espejo de la habitación y sonreí sin poder evitarlo. Desde luego, lo parecía. Mi rostro perfecto, junto a aquel cabello rubio, ondulado y con aquellos bucles, me daban el aspecto de princesa de cuento. Más concretamente, el de la Bella Durmiente, versión vampírica.
Jacqueline y Anette me sentaron en una silla, mientras yo contemplaba aquella habitación con curiosidad. Era hermosa, pintada de un color verde claro, pero elegante, y con muchas estanterías.
Había muchos cuadros antiguos, de la época de la Revolución Francesa, y mesitas en las que había figuritas antiguas y cajas de música que eran sencillamente preciosas. Y enfrente de mí, el espejo.
Anette y Jacqueline son unas artistas en esto del peinado, pues sus manos hábiles, sin pinzas, ni siquiera un peine o un cepillo, lograron arreglarme el pelo y dejarlo con un peinado que aumentaba el brillo de mi radiante pelo.
Llevaba unas ondulaciones preciosas, que en parte me seguían dando el aspecto de la Bella Durmiente (debido a que conservaba los bucles rubios) pero las nuevas ondulaciones de mi pelo le quitaban lo poco que le quedaba de liso, dándome un aspecto más exquisito. Sonreí encantada.
-Gracias de verdad, chicas.
-No hay de qué, Paula, aunque no tienes por qué darnos las gracias.-dijo Anette.-Eres nuestra hermana, y sé que tú harás en su momento lo mismo por nosotras.
-Desde luego que sí. Eso…cuando aprenda a hacer estas cosas.-dije toqueteándome uno de los bucles. ¡Era tan natural!
-Ya aprenderás, es tremendamente fácil. Es más, podemos explicártelo ahora mismo para que sepas hacerlo tú sola.
Dicho y hecho me lo explicaron. Era mucho más fácil de lo que me esperaba, la verdad. Las miré asombrada mientras me lo explicaban, y no pude evitar sentirme maravillada por la magia de las cosas sencillas. Al menos sencillas para nosotros.
-¡Guau!-dije sin poder evitarlo-¡Es tan fácil!
-Tú ahora intenta explicárselo a una humana. Y obsérvala mientras intenta hacerlo, ¡nos reiríamos un rato, la verdad!-dijo Anette, echándose a reír.-Yo lo hice más de una vez, cuando tenía cincuenta años.
-Y antes, Anette.-dijo Jacqueline.
-Cierto, pero no es que quiera recordarlo demasiado, la verdad. No son recuerdos espantosos, pero simplemente es que no quiero recordarlos.-dijo Anette, encogiéndose de hombros.
Yo solté una risita, maravillada.
-¡Ay que ver lo maravillosa que es la magia de las cosas sencillas! Con un poco de lógica se pueden hacer un poco de cosas.-¡me parecía algo tan nuevo, y tan maravilloso! Era como si nunca hubiese conocido semejante definición.
-Con el tiempo irás viendo que esa magia puede aplicársela también a los humanos. Pero la mayoría son lo bastante idiota como para no verlo.-me explicó Jacqueline, mientras yo me levantaba de la silla.
-En el fondo me alegro, la verdad. Es más fácil para nosotros.
-Y más aburrido.-rezongó Anette. –Pero eso cambiará con el tiempo, ya lo verás.
-¿Estás segura?
-Sí. Pero eso es algo de lo que hablaremos más tarde. Tenemos que irnos, todas, los chicos nos esperan.
-Ay, los hombres…-dijo Jacqueline.